Por: @VaniaAragon
El día del amor y la amistad se vive a diario. Desde pequeña siempre me gusto mi vecino, Carlos. Él era un niño muy tierno y muy audaz a la hora de jugar a las canicas, con los tazos y tenía toda la colección de las Pepsi cards. Además era de los pocos niños que jugaba con nosotras al avión o con las barbies y G.I. Joe rescataba a nuestras muñecas de grandes peligros.
Su defecto es que no se sabía defender. Los demás niños le cargaban pila todo el pinche día y las niñas le decían que era mariquita y él en lugar de rifararse un tiro con los niños, corría a mi lado para que le hiciera el paro.
Yo desde pequeña demostré mis habilidades con los puños y los pies. Aparte de los juegos de niñas me gustaba jugar futbol, pegarle al costal y escuchar a escondidas los discos de Polo Polo y ver las películas de ficheras de Alfonso Zayas, Rafael Inclán y Luis de Alba.
Con esas clases audiovisuales reafirme que no debía dejarme de ningún guey y también aprendí a alburear a la banda y a que me respetaran; bueno con Carlos era diferente y más cuando estábamos solos; a su lado yo me comportaba femenina: cero palabrotas, albures y golpes. Obviamente él sabía que yo en la calle era bien pelangocha.
Carlos fue mi amor platónico durante la secundaría, la prepa y hasta hoy en día. Cuando llegamos a la universidad, él se fue a la UNAM y yo al Poli. Carlos empezó a andar con una pinche gata, y no por que le fuera a los Pumas sino porque le acariciaban la espalda y luego luego meneaba y paraba la cola ¡pinche vieja zorra!
En fin, esa vieja mangoneaba a Carlos, lo chantajeaba, le pedía regalos caros, negaba su relación con ciertos amigos de ella, le pedía que le hiciera sus investigaciones y varias veces le puso el cuerno, pero Carlos se obsesionó con esa relación codependiente. Lo sé porque él me lo contaba.
Un día me sentía de la “versh” y le hable por teléfono a su casa. Yo, sin saber que su chava estaba ahí, al no contestarme le mande unos mensajitos por el “whats” y otros por face, no decía nada comprometedor, simplemente que lo quería ver y platicar con él. Nunca obtuve respuesta.
Al cabo de unos minutos, en la calle se escucharon gritos, mentadas de madre, pendejo por aquí y por allá. Me asome a la ventana y vi que estaba Carlos tratando de calmar a su novia, decidí salir y apenas asome la nariz esa pendeja me empezó a decir: Que era una arrastrada, pinche mosca muerta además de puta, estaba a punto de mentarme la madre cuando le solté el primer madrazo a la geta y ¡zas! Que se va de nalgas, ahí comenzó la pelea entre mujeres o viejas, como nos quieran decir.
Le di oportunidad de levantarse y mientras ella preparaba su ofensa verbal y ya tenía listo un gargajo al puro estilo de Mr. Niebla y unas estacas como las del Perro Aguayo. Pobre vieja ni la garras metió la pendeja gata, cuando menos sentí me apartaron de ella dos policías y en caliente me subieron a la patrulla.
Y ahí estaba yo… en la delegación. Mientras tanto ella estaba en el hospital siendo atendida por unos moretones en la cara, en las costillas y una lesión en el cuello. Al cabo de unas horas llegó con un collarín y unos lentes que le tapaban toda la jeta a poner su demanda, pero como eran lesiones menores dando una lana salí de volada.
Argumenté defensa propia, pero la verdad es que… Mi delito fue pegarle a una gata.
Señores, no lo intenten en casa.